martes, 25 de diciembre de 2012

Harlan Coben, Edipo Rey y la novela negra



Alguna vez se ha dicho, en charlas sobre la novela negra, que la primera de ellas pudo ser Edipo Rey, de Sófocles. Siempre se puede relacionar antecedentes clásicos en las obras actuales y, salvando las distancias y todo lo que hay que salvar, se puede decir que la trama de Edipo Rey es toda ella digna de una buena novela de suspense. Y su atmósfera dramática, ese mundo sin el apoyo divino de la providencia, también es similar al que vemos en la novelas negras. El destino, ya escrito como en la tragedia clásica, también está escrito en este género, sus personajes ya parten con una marca de su pasado del cual probablemente nunca podrán recuperarse.
Esta novela, El miedo más profundo (RBA, 2010),  de Harlan Coben, uno de los autores norteamericanos de moda en los últimos años, es una obra del género negro. Al irla leyendo, se nos vienen a la cabeza algunos parecidos con Edipo.
La paternidad: en la novela, así como en Edipo y, en general, en toda la tragedia clásica, pues en parte se puede decir que toda ella tiene como centro de actuación la propia familia (y en sentido amplio, pues las maldiciones familiares se van traspasando de generación en generación en las sagas trágicas), esto es, la paternidad y la familia, ocupa un lugar principal en toda la novela. Hay muchísimas situaciones que reflejean las diferentes relaciones entre padres e hijos, siempre de alguna forma dificultosas y problemáticas. Desde la propia situación paterno filial del protagonista, Myronon Bolytar (nombre curioso éste), con su padre y con su hijo, pasando por la de las relaciones dentro de la familia Lex, y siguiendo con la que se establece entre un supuesto asesino y su hijo. En esto vemos otra vez la situación similar a la de Edipo, un personaje que desconoce realmnete su relación paterna, y empieza su investigación para descubrirla, lo que le llevará a consecuencias desoladoras aunque, en cierta forma, significarán una liberación.
Así sucede también en la novela, el protagonista deberá elegir entre admitir la verdad (su paternidad) o seguir con el engaño. Aunque, como se convence al final, Myron "sabía que había una verdad universal: las mentiras envenenan. Intentamos apartarlas. Las metemos en una caja y las enterramos, pero al final, siempre encuentran la manera de salir de su ataúd, escarban la tierra y salen a la superficie..." Toda una nueva forma de reproducir esa idea del determinismo de la tragedia, se podría decir, en clave de novela negra.
El reconocimiento: como en las buenas tragedias clásicas, ya desde Esquilo, uno de los momento más importantes es la escena del reconocimiento (la anagnóresis de los clásicos). En la novela puede haber varios, pero uno que está de moda en los últimos años y forma parte ya del procedimiento de reconocimiento literario, auque le quite ya el puesto a aquellas marcas de nacimiento, señales, piezas partidas que encajaban, etc., esta nueva señal ahora es la prueba del ADN. Como en Edipo, al culpable se le reconocia por una antigua señal en los pies, ahora es el ADN el que revela la auténtica identidad.
el héroe marcado: asícomo Edipo tiene una señal, sus tobillos hinchados, señal que tiene desde que se los atravesaron al abandonarlo en el bosque, el protagonista, Myron Boyltar tiene una lesión de rodilla que le marcó, como a Edipo, en la vida, le apartó de una prometedora carrera en el mundo profesional. No tiene tampoco importancia en el desarrollo de la novela, pero vemos como marca del héroe una señal en los pies, como pasa con otros muchos personajes. El acepta con resignación, de todos modos, esta circunstancia. En un momento de la novela, a un personaje, también jugador, le ocurre lo mismo, y Myron habla de esto:
- Mi carrera en el baloncesto ha terminado, ¿lo sabes?- Lo superarás.
- ¿Así de fácil?
Myron sonrió:
- ¿Quién ha dicho la palabra fácil?
- Ya.
- Pero en la vida hay cosas más importantes que el baloncesto -dijo Myron-. Aunque a veces se me olvidan.
La escena de la cancha: esta escena ya no tiene que ver con la tragedia, pero la comentamos porque tiene algo especial. Hay una conversación sobre uno de los asuntos importantes de la novela, y se produce en una cancha de baloncesto al finalizar un entrenamiento, cuando están pasando la aspiradora para limpiar el suelo, las luces se van apagando y todo da una sensación de final de partido, como de final de una representación teatral, tal como es la vida misma. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

ARGO, la película, y los Argonautas



Interesante y dramática película de suspense esta última obra del actor y director Ben Affleck. Tiene un curioso título que, sí, hace referencia a la nave Argo del famoso vellocino de oro. Sin embargo, para la película y la historia real en la que se basa, no fue más que un simple nombre de un historia que nunca se iba a contar (cuando ya estaba contada desde hace milenios).
La mitología en la película no deja de ser una mera antigualla de la que nadie sabe nada. Aparece un personaje en una camilla al que están caracterizando como Minotauro. Lejos de cualquier referencia mítica, solemne, grandiosa o, en su otra vertiente, graciosa y burlona, el monstruo en cuestión no merece ninguna. El único comentario que sale en la película es que el director está harto de lo malo que es el actor y de lo mucho que se queja de la caracterización de la legendaria monstruosidad de la antigua Creta.
Por otro lado, la de siempre brillante histora mitológica de Jasón y los Argonautas no merece el más mínimo respeto a la venerable Antigüedad Clásica. Cuando un periodista entrevista al productor de la falsa película (Alan Arkin) sobre el posible trasfondo de leyenda, éste lo despacha con impaciencia y desdén, no le interesa la leyenda, no sabe de qué le está hablando, esa leyenda, incluso conociéndola, no viene a cuento en un mundo frenético y alocado como eran y son los estudios de Hollywood, ni con el dramático objetivo al que se dirige la producción de esa falsa película titulada Argo.
La Argo, la prodigiosa nave de la antigüedad, ha quedado relegada, en el moderno mundo del séptimo arte, casi al papel de un trasto viejo, un cuento de viejos, una maqueta o un dibujo de algo que puede o no hacer que funcione una película. Termina, como guión de una exótica historia del montón, archivada en las estanterías de los depósitos de la CIA, como termina la noble Argo carcomida en las arenas de la playa donde acabó varada.
"Si hay caballos, es una película del oeste", y no hay más que hablar, sentencia ese curtido y malhumorado productor, toda una definición de lo que importa y define las historias en el mundo del cine de masas, dejando atrás cualquier otra referencia de todas las infinitas historias que en el mundo han sido y que han hecho que el cine se alimentara de ellas hasta hoy.

Johnny Guitar, Ulises y Penélope.




El otro día repusieron en la tele un clásico del cine del oeste, Johnny Guitar. Al poco de empezar a verla, se da uno cuenta de que es la misma historia tantas veces repetidas, cambiando paisajes, personajes, pasiones y sentimientos. En este caso, es la historia de un regreso, un nostos, como el de Ulises y otros griegos en la Odisea, en Johnny Guitar  el de un antiguo pistolero con una historia de amor pendiente. Johnny, como Ulises, llega disfrazado, aunque sea sólo porque ha dejado las armas y en ese pueblo perdido nadie lo conoce de antes. Únicamente Vienna-Penélope  sabe quién es. Vienna, una aguerrida Penélope y sin necesidad de tretas como el telar, aunque no lo reconozca desde el principio, lo ha estado esperando desde siempre, y el aspecto íntimo va surgiendo en medio de esa ciudad asediada desde el interior por los "Pretendientes", las fuerzas vivas de la ciudad, al margen de la ley. Especialmente hay "una" pretendienta, Mercedes McCambridge, movida por oscuras pasiones cuyo objetivo es acabar con el pequeño salón-palacio de Vienna.
Ulises, Penélope, los Pretendientes, la nostalgia, pueden aparecer y revivir, de ese modo, tres mil años después, en medio del oeste americano, en un mundo de revólveres, cuatreros, salones de juegos, cantantes y pistoleros.

Luciano Pavarotti & Barry White