lunes, 3 de julio de 2017

GLADIATOR VS. ESPARTACO: LA ICONOGRAFÍA DE LA CRUZ.

GLADIATOR VS. ESPARTACO: LA ICONOGRAFÍA DE LA CRUZ.

            De verdad que desde que veo películas de romanos, desde pequeño y, claro, asociado con las figuras del cristianismo, siempre me han estremecido las figuras de las personas atormentadas en la cruz.
         Exceptuando, claro, y doy gracias porque hicieran esa labor purificadora, excepto la crucifixión de Bryan en Monthy Python mientras cantan esa canción de autoayuda Always look at the side bright of life!
            Pues bien, exceptuando a los irreverentes cómicos británicos, las escenas de crucifixión y similares deben provocar en el público en general como a mí, un cosquilleo y un estremecimiento generalizado en todo el cuerpo. De ahí que no haya peplum sin alguna escena de éstas. O, en su defecto, cualquier otra de sometimiento o tortura, que parece que son más horripilantes cuanto más antiguo sea el film. Quizás de ahí que cada vez se superen más los cineastas a la hora de proponer escenas terroríficas en las películas actuales, a cual peor.

       La crucifixión en Espartaco.    

       En fin, volviendo a las crucifixiones. En Espartaco, al poco de empezar la película, ya tenemos al protagonista maniatado en la roca con grilletes, cual Prometeo en el Cáucaso, de donde se adivina, para el que esté acostumbrado a ver las imágenes del Titán benefactor, que este nuevo personaje greñudo y de magnífica dentadura está en vías de ser el próximo benefactor de los romanos, qué digo, de la humanidad. Ni más ni menos que va a traer la libertad a los hombres, él, un simple y bruto esclavo de Tracia que no ha pasado por las manos de ningún sabio estoico, y a cien años casi de que Cristo ponga en pie su nuevo y revolucionario mensaje de amor entre los hombres.
            Así que Espartaco, en un alarde de compromiso y piedad interreligioso, empieza tomando la apariencia del titán Prometeo encadenado a la piedra, pero termina crucificado en la más romana de las vías, la Apia, como un predecesor en la lista de liberadores de la humanidad hasta llegar al propio Cristo.

       Las crucifixiones de Gladiator.

La primera  ejecución en el limes de Germania:           

Las crucifixiones y sufrimientos de Máximo carecen de ese fondo religioso de la iconografía de Espartaco. Para empezar, la primera de las varias ejecuciones a las que tiene que enfrentarse Máximo, la ordenada por el emperador Cómodo en el limes de Germania, es la propia de un militar romano. En principio iba a ser decapitado como un vulgar ladrón, pero Máximo, viendo alguna posibilidad de salvación propia y de su familia, pide la venia de que lo ejecuten como un soldado, esto es, que le atraviesen con la espada desde la clavícula hasta el corazón. El pretoriano accede, mal hecho, máximo retiene la hoja antes de que entre en su carne, ahí seguro que se tuvo que hacer daño, al coger la hoja con las desnudas manos, uff, imagínense los cortes.           
       Suelta un cabezazo o algo así, se desmelena, reparte mandobles a diestro y siniestro y herido y ensangrentado por el espadazo de un pretoriano a caballo, emprende la huida y el camino desesperado a su casa en Emérita, con la confianza de llegar antes de las tropas enviadas por el emperador para ejecutar a su familia y arrasar la hacienda y todo lo que tenga que ver con su persona.

La segunda crucifixión: la entrevista con Lucila en las mazmorras.

            La segunda crucifixión, que no es tal, pero se parece, es cuando tiene la entrevista concertada por Lucila en las mazmorras de algún lugar, no se sabe bien. Allí está maniatado, con los brazos también en cruz, puede moverse, pero lo justo para que sus brazos lleguen al límite de su postura en cruz y de ahí no pasen. En esta postura atormentada Lucila trata de reencontrar al valiente  militar que había sido Máximo y ganarlo para el complot que planean contra el emperador. Sutilmente, la escena tiene también una carga sensual y erótica que los dos actores ponen de relieve a través de los brazos impotentes de Máximo y la sensualidad a flor de piel de Lucila.
            En estas dos fallidas ejecuciones o tormentos no encontramos atisbos de la figura legendaria de Prometeo ni menos la del cristianismo. En cambio, en la última tiene alguna connotación de los peplum clásicos.

La tercera crucifixión: el martirio de Máximo.

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          Estamos, ya en el final de la película, de nuevo en los subterráneos del Coliseo. Allí encontramos a Máximo encadenado, otra vez con los brazos en cruz y abiertos, como si estuviera crucificado. Entra Cómodo en el cubículo donde está encerrado y después de una breve conversación donde deja ver claro su lado más perverso, lo apuñala en un costado, cual si Máximo fuera uno de tantos mártires cristianos torturados por sus creencias.
            Para enfatizar la secuencia, suben en un ascensor desde los sótanos a la arena del Coliseo bañados por una luz cenital que da a la escena un aire beatífico. Máximo ha tomado aquí la imagen de uno de tantos mártires o hombres buenos de los peplum de siempre,  torturados por el malo de turno, el emperador Cómodo en este caso.
            Quizás en esta última escena podamos enlazar Gladiator con el final de Espartaco, cuando Varinia y su hijo salen huyendo de Roma junto con Batiato, y se detienen un último momento ante la cruz en la que se encuentra Espartaco.


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